Estoy en casa. Es la casa de mis padres, que antes fue la casa de mis abuelos. Mi habitación fue morada durante todos los años que viví en casa, ante el horror de mi madre. Se notaban las marcas del celo de los posters que estaban colgados; casi ni me acuerdo de los que han ido ocupando las paredes a lo largo de los diez años vividos en esa casa… solo diez años, y me parece toda una eternidad... Los Depeche Mode, un caballo, un cartel callejero de un concierto de Las Novias en el De Vizio. Fotos de Pearl Jam, de Nirvana, del cantante de Skid Row (ese tipo debía gastar una pasta en suavizante para el pelo) un anuncio de un escaparate de un disco de Héroes del Silencio, un poster de Johnny Deep…
Aún sigue la calavera que me regalaron unas ex – amigas, la caja donde guardo las entradas de los conciertos, unas velas medio consumidas y unas flores secas del primer ramo que me regalaron (fue mi padre por acabar la carrera).
En la estantería siguen estando los libros de Gran Angular y por allí debe estar mi preferido: Konrad o el niño que salió de una lata de conservas…
Siempre he dicho que mi familia es una familia de locos… en el fondo somos como un clan gitano… Todos sabemos de todos y ante las celebraciones y las desgracias nos juntamos y comemos. Siempre comemos y bebemos… y acaban cantando canciones que jamás he logrado aprender del todo.
Mi primer recuerdo es el de un sofá marrón de pana. Mi madre con el pelo corto. Es algo que no he entendido, las madres cuando paren a los hijos tardíos se cortan el pelo como los toreros la coleta y para colmo, en el caso de la mía, dejó de ponerse vaqueros porque ya era una señora muy mayor… manda narices que yo tengo ahora más años que los que tenía ella y llevo el pelo largo y no podría vivir sin los vaqueros. A lo que iba, mi madre con una cartilla enseñándome a leer en el sofá de pana: la a era un dibujo de una araña, la i una iglesia, la o un ojo, la u una uva, pero no recuerdo el dibujo para la letra e… será que la letra e nunca me ha gustado...
Debía de ser una niña paliza para que mi madre me enseñara a leer, pero a los tres años ya leía cuentos en ese sofá tan cojonudo. Estaba genial, tenía unos reposabrazos que servían de trampolín para hacer volteretas y los asientos se podían sacar y hacer una tienda de campaña; dos hacían de pared y el tercero de techo. Además podías guardar los libros entre ellos y perder las cosas, dejar los envoltorios de los caramelos o incluso podías acabar encontrando un duro… Pegar los chicles, no, que te pillaban siempre.
Ah, los magníficos caramelos, los Sugus de limón y piña, los caramelos dobles de naranja y limón, los palotes, los caramelos de fresa… se guardaban en la librería, justo en el rincón donde vivía el fantasma Federico. Era en la otra casa, un quinto piso desde el que se veían dos patios, el de un colegio mayor y el recreo de otro colegio. No recuerdo si mi madre me echaba la bronca por comer caramelos, pero siempre había en ese armario. Como siempre, que boba, me he impuesto límites… mi límite con los caramelos era no comer más de nueve al día. Lo que no recuerdo era si los caramelos dobles, esos que iban envueltos en papel dorado o plateado, contaban como uno o como dos.
Pasemos a Federico. Era el fantasma del rincón que formaba la librería con el mueble que hizo mi padre para su cadena de música. Allí estaba el interruptor para la luz del cuarto de estar. Cuando llegábamos a casa, siempre era terrorífico encender la luz… hasta llegaba a sentir como telas de araña sobre las manos que me querían hacer traspasar la pared.
A mí, Federico no me regalaba nada, pero a mi hermana mediana, su amigo Raúl, que seguro que no existía y que se lo inventó por envidia cochina de mi fantasma, le regaló un cepillo de dientes de Kitty. Siempre igual…
Hermanas, cinco años sin tener ninguna y de repente aparece una niña calva. Calva y pelona que enseguida tuvo dientes y aprendió a utilizarlos como una caníbal cualquiera… en mis manos, en el filete de ternera, en todo lo que se le ponía por delante.
Manda narices, yo que no comía más que caramelos y la otra con unos cuantos meses, acababa con las chuletas. Ah, porque no os he contado lo gran comedora que yo era… ahora debo estar resarciéndome de todo lo que dejé de comer en mis primeros cinco años. Viva el puré de verduras y la comida triturada… hasta que decidí probar una noche un trozo de pan untado en la yema de un huevo frito… si hacía bola con las lentejas…
Es un secreto, pero metía la comida en la servilleta y luego la tiraba al váter… diréis que eso lo hacíais todos… pero si os digo que ya llevaba tres horas ante el plato de judías verdes… hasta que llegaba mi abuela con sus chicles de clorofila, los chupa chups de limón, sus cigarrillos fortuna y mi paquete de pipas… se apenaba tanto, que acababa convenciendo a mi madre para que me quitase el plato con las judías tiesas…
Mi abuela. La madre de mi padre. La abuela de los ojos verdes y la nariz de pimiento; no por ser roja, sino por la forma… eso dice mi madre, además dice que la he heredado y por más que me miro en el espejo, yo no le veo la forma de pimiento. Además, hay pimientos de mil formas, y en la frutería no he visto ninguno como mi nariz.
Mi abuela me recuerda a la bruja esa que hacía la actriz de “se ha escrito un crimen” en una peli de disney. Jugaba conmigo a las cartas de diosas griegas de mi tía Cris y a las arenas movedizas en un descampado que íbamos para sacar a la perra… le hacía saltar sobre los cascotes y restos de escombros porque había cocodrilos en la tierra reseca. Esos domingos la veía desplumar perdices de los tíos del pueblo mientras yo imaginaba que las plumas eran nieve.
Leía la Lecturas y hacía sopas de letras (los crucigramas, las otras eran de fideos o de puntitos). Fumaba a la vez que mascaba chicle o que comía un chupa chups de limón al que le había cortado el palito porque le daba vergüenza que la vieran comer caramelos a su edad. Lo que no se debía dar cuenta era de que cogía de un extremo del chicle y estiraba como hacen los niños chicos.
Jugaba a las tragaperras… No es lo que pensáis. Metía cinco duros y le daba a la palanca y listo. Allí acababa todo tipo de ludopatía y solo cuando le sobraba el dinero al comprar tabaco. Lo mejor de todo era que por las tardes venía a casa a vernos y traía unas bolsas de pipas con sal… qué ricas!
Los domingos se empeñaba en hacernos la comida. Iba mi padre a su casa y volvía con una caja de cartón de FRIBIN con la comida (frigoríficos Binéfar, aunque a mi me sale siempre decir fibrín, me suena mejor; lo de la caja debía ser porque mis tíos del pueblo tienen una carnicería). Hacía un pastel de pescado para chuparse los dedos, una ensalada de patata con huevo de la muerte y una carne que nunca he sabido explicar a mi madre que estaba que te cagabas… Esa carne y unas sardinas con tomate que hacía de vez en cuando para que cenase mi padre y que acabábamos comiéndonos las hijas, no las he vuelto a probar desde que se murió. (Mamá, porfa, no hagas eso tú también, las recetas se escriben y se guardan, no se llevan a la tumba).
Estoy en casa. En casa de mis padres, la que antes fue de mis abuelos. Mi habitación es ahora amarilla y está llena de cosas de mis hermanas. Solamente queda el poster de Pearl Jam y la orla de la facultad… pero he encontrado el libro de Konrad… ya solamente queda lograr encontrar la receta de la carne dichosa
¡Gracias por ese trocito de tu vida!
ResponderEliminarCasualidades de la vida que cuando terminé de leerte miré a la estantería y lo primero que vi fue "El Sanador de Caballos", de Gonzalo Giner (escritor y veterinario....o veterinario y escritor, tanto monta...) ¿Lo has leido? Yo fue empezar a leerlo y engancharme sin remedio.
Disfruta del puente por los que no han podido por culpa del avión (o de los controladores, o de los políticos, o de la prepotencia de unos, o de la incompetencia de otros, o de qué sé yo)
Este finde has triunfado conmigo... portadas de libros que hemos compartido, fotos de sugus (me vas a obligar a bajar a la tienda de chuches a buscar algunos), etc.
ResponderEliminarLa historia se repite, mis padres también tuvieron un sofá de pana oscura, y algunos detalles más del estilo "cuéntame"... debes tener más de 32 pero menos de 38 años, vamos que debes ser de mi quinta más o menos, hablando claro, jajaja
Mucho frío en la capi, supongo que por las tierras aragonesas tampoco andaréis mal de fresquito...
A descansar
Confieso que el otro día compré gominolas de cocacolas y moras...
ResponderEliminarAcepto la edad a partir de 32 pero baja el 38 unos cuantos años.
¿Frío? Algo, pero ni comparación con Mordor...
A partir de hoy disfruto del puente, que estos días anteriores hemos estado de cuidados intensuvos con el perro envenenado.
Vaya, siento lo del can... espero que esté mejor.
ResponderEliminarÁ MI CASA TAMBIÉN HA APARECIDO EL LIBRO DE Konrad O EL NIÑO QUE SALIÓ DE UNA LATA DE CONSERVAS, IGUAL LE ECHO UN VISTAZO
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