miércoles, 4 de julio de 2012

Son mis amigos… qué suerte

Soy persona de pocas amistades. Toda mi vida ha sido así: de niña, demasiado tímida para ser revoltosa; de pre-adolescente, demasiado extraña para mí misma como para que los demás no me parecieran bichos raros… y ya fue para finales de 3º de BUP cuando al fin comencé a ver gente a mi alrededor a los que lograba comprender y con los que no me sentía fuera de lugar. Nunca he creído que sea por ser antipática o por chulería, sino que siempre me he sentido muy a gusto estando sola y la soledad nunca ha sido una imposición, sino algo buscado y hasta deseado… lo que no quita para que, estando con gente, sea capaz de encontrarme a gusto y disfrutar de la compañía.

Tengo mi clan, al menos yo lo veo así, mi pequeño gran grupo compuesto por personas muy variopintas, y que en varios casos, apenas logramos vernos una vez al año, aunque el mail y el feis ayudan a mantener el contacto.

Alguno fue conmigo a clase desde primero de EGB hasta 5º de veterinaria; puedo fardar de ser de las pocas personas en este mundo que le entiende la letra esa que, por más recreos que se quedó haciendo caligrafía, jamás cambió… y para qué, si forma parte de su personalidad.

Otros llegaron a mi vida en los años de instituto, como La Rubia, con el que no me hablaba cuando me lo cruzaba por el pasillo, pero que luego me encontraba continuamente en El Triciclo, bar en el que nos encontrábamos toda la pandilla en nuestro primer año de carrera… que le pegaba tanto ir allí como a Rajoy ir a una boda gitana…

Unos cuantos se añadieron al clan en los años de carrera. Tantas horas de biblioteca, de prácticas, de comedor, de largas caminatas camino a casa, de nervios esperando las notas, de viajes y de alguna fiesta como las de El Bedel, hacía que compartieses alegrías y miserias… y grandes y ridículos momentos de exaltación de la amistad, de los que, mejor, corremos un tupido velo para evitar que algunos se sonrojen (por ejemplo con esa maléfica bebida de color azul pitufo que causó estragos durante un patrón de la facultad...)

En los meses de estudio intensivo y trabajo a destajo durante las opos, mi vida social se redujo al laboratorio, la biblioteca y al café, en el que me aprendí lo del cortado descafeinado de máquina corto de café con leche del tiempo y sacarina de Nefernelia y que nunca, nunca, nunca había que dejarle tomar cocacola por la tarde como los Gremlins con la comida a partir de las 12 de la noche. Lo de Nefernelia es porque en épocas de los faraones ella ya era mayor… es superbueno el natrón que usa para mantener el cutis y las vendas deben ser del mejor algodón egipcio para que, con tantos siglos, todavía se conserve incorrupta…

Los últimos han llegado a través de las novias de unos, los amigos de otros… la verdad es que el mundo es pequeño y algunos resultaban ser amigos de otros que, a su vez, no sabían que eran amigos nuestros… hasta que alguien comentaba algo del trío ese que se bajan a la calle en calzoncillos y hacen un calvo a los conductores mientras cruzan un semáforo y toma sorpresa, mi alto-moreno-y-sexy preferido es uno de ellos (uf, que no vuelvan las pesadillas con su velcro cular)

Y los últimos de los últimos son reencuentros de la adolescencia, para los que parece que fue ayer cuando te los cruzabas en el cole, sin olvidar a algunos de mis compañeros de trabajo, que tras tantas inspecciones, horas de viaje y de curso, paseos, cañas y hasta conciertos, han hecho que se conviertan en miembros de pleno derecho del clan.

Soy persona de pocas amistades. Tengo muchos conocidos pero pocos a los que llamar realmente amigos. Pero cuando uno forma parte de mi mundo, llamarlo amistad se queda un poco cojo, son familia y como tal, con uñas y dientes se le defiende, se les hace rabiar cuando toca y como no, siempre habrá un par de brazos tanto para cargar cosas como para dar un abrazo.

Hoy, sin alcohol de por medio y siendo consciente de lo que escribo, hago mi peculiar exaltación a la amistad, desde los desaparecidos a las afueras de Londres, a los que se mudaron al barrio de Santa Isabel, desde mi vieja compañera de habitación en los viajes, a la loca por la salsa. En verdad, qué pocas cosas tenemos en común y cuántas nos unen… os echo de menos y no hay día en que no me acuerde de vosotros y sonría recordando alguna vieja historia o cuando, sin darme cuenta, se me escapan vuestras expresiones y gestos.

2 comentarios:

  1. Me vale este post jajaja me has recordado cosas geniales por las que yo he pasado.

    Besikos

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  2. Me recuerda a la canción de Amaral... son mis amigos, aunque estemos a kilómetros de distancia y de algunos no sepa nada más que la felicitación navideña o el powerpoint cachondo que mandan... Bonito homenaje a los amigos

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